La mujer que puso Hollywood a sus pies mientras transformaba nuestro mundo

George Orwell -el escritor del magnífico y distópico libro ‘1984’- afirmó que la historia la escriben los vencedores, y lo cierto es que no le faltaba razón. ¿Quiénes son los vencedores? Bueno, casi se definen solos. Tanto las minorías raciales como el género femenino quedan fuera de esta élite de poder que bien definió Michael Moore al tacharlos de estúpidos hombres blancos.

Sin embargo, hay multitud de rostros históricos que se han visto recluidos al anonimato ante el peso del feroz capitalismo. Figuras que se han quedado en el lado oculto de la historia pero que sin embargo también la protagonizan. Esta es la historia de uno de estos rostros: Hedy Lamarr, actriz principal de la historia que no está escrita por los vencedores.

Del imperio austrohúngaro… a Hollywood

Al igual que a todos los jóvenes de su generación, la Segunda Guerra Mundial marcó para siempre la vida de Hedy Lamarr. Nacida en 1914 en una acomodada familia judía del imperio austrohungaro, Hedy siempre destacó en los estudios, pero cuando la semilla de la actuación creció dentro de ella dejó los estudios de ingenieria por el siempre cambiante mundo de la farándula.

En su primera película como protagonista, esta inteligente y bella joven da muestras de algo que le acompañaría durante toda su vida: romper con los convencionalismos sociales que enjaulan nuestros deseos individuales. En ‘Extasis’ (1933), la joven se convertía en la primera mujer en aparecer desnuda en una película comercial. Y no solo eso, sino que la película fue denunciada por la Liga de la decencia y el Papa Pio XI puesto que hablaba de la infidelidad en términos femeninos y mostraba un primer plano del rostro de la actriz cuando alcanzaba el orgasmo en una de las escenas más importantes de la cinta.

El estreno de la cinta cambió para siempre la vida de Hedy, aunque no como ella hubiera deseado. Un señor de la guerra (proveía armas a los ejercitos de Mussolini y Hitler) alemán llamado Friedrich ‘Fritz’ Mandl arregló con sus padres un matrimonio de conveniencia y fue prometida en matrimonio en contra de su voluntad. Durante estos años, el amor de Mandl se transformó en una obsesión y transformo la existencia de Hedy en un infierno en vida.

A lo largo de cuatro años, Hedy se vió como una presa en su propio domicilio. Aislada del resto del mundo por los celos de su marido, la joven descubre una nueva arista en su sexualidad al encontrar el amor en una sirvienta que se encarga de su cuidado. Esta relación se convirtió en una vía de escape (primero metafóricamente hablando y posteriormente de una manera mucho más prosaica) para Hedy. 

Entre las dos chicas protagonizan una escapada en la que intervienen todos los ingredientes de una película del clásico cine negro hollywoodiense: una femme fatale, un malvado sin escrúpulos, una amante, guardaespaldas, disparos y una huida con final feliz. Hedy Lamarr consigue llegar a Gran Bretaña y desde ahí se embarca rumbo a Hollywood.

Un invento de oro

Hedy llega a un mundo completamente nuevo. Firma un contrato de siete años de duración con Metro Goldwyn Mayer y pronto su belleza consigue hipnotizar a la meca del cine

Sin embargo, Hedy se siente ajena a todo lo relacionado con los focos y los flashes. Apenas acude a fiestas (todavía se recuerda una de sus citas más famosas: ”Cualquier chica puede ser glamourosa. Lo único que tienes que hacer es quedarte quieta y parecer estúpida”), no consume ningún tipo de drogas e invierte la mayor parte de su tiempo en su hobby favorito: inventar.

A pesar de que se la empieza a conocer como ‘la mujer más bella de la historia del cine’, a partir de 1940, el corazón de Hedy se queda junto al del músico e inventor George Antheil con el que realizó una serie de inventos que han modificado nuestra forma de concebir el mundo.

Salto de frecuencia

En 1940, Hedy y George idean un sistema que a la postre es un precursor del GPS y del wifi. Ambos se basan en una concepción musical para crear un revolucionario sistema de comunicación que pueda sortear las líneas enemigas. Establecen un sistema de comunicación basado en 88 frecuencias, que corresponde al número de teclas de un piano, utilizando rollos de papel perforado que se sincronizan entre si para transmitir y recibir frecuencias cambiantes, evitando posibles interceptaciones enemigas. 

En diciembre de 1940, el dispositivo de ”salto de frecuencia”, desarrollado por Lamarr y Antheil se presentó al consejo de inventores nacionales. Dos años después, la oficina de patentes de Estados Unidos concedía esta importante patente. El sistema no fue utilizado por los EEUU durante la Segunda Guerra Mundial por miedo a que fuese copiado, sin embargo, a partir de la guerra de Vietnam y de la crisis de los misiles cubanos, el ejercito de EEUU confiaba en esta técnica para poder comunicarse de manera secreta.

En 1980, la invención de Lamarr y Antheil tenía un nuevo significado. En lugar de ”salto de frecuencia”, término actual es de ‘espectro ensanchado’. Pero la idea básica es la misma, una comunicación dinámica e inalámbrica que ha servido como base para desarrollar las tecnologías de telefonía movil, el sistema GPS y el avance del wifi. 

La figura de Hedy nos recuerda que la historia está llena de historias ocultas de las que podemos aprender… siempre y cuando nos lo permita el estúpido hombre blanco.

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