Todos tenemos expectativas en nuestra vida. Sobre el amor, guiándonos de nuestros preconceptos adquiridos sobre lo que es amor y la pareja y lo que nos merecemos. Sobre la amistad, qué es un amigo para nosotros, y lo que esperamos de él en cada circunstancia. Sobre la familia, nuestro deseo de cómo queremos que funcione, que nuestro padre sea ”así”, nuestra madre ”asá”, y nuestros hermanos ”asó”. Sobre nuestro trabajo, tiempos difíciles para las expectativas, pero aún así las tenemos, sobre el trabajo en sí, el sueldo, los horarios, el equipo de trabajo, etc. Sobre nuestro ocio, vacaciones, cumpleaños, salidas, mascotas, vecinos/as, y así hasta una infinidad de ejemplos.
En definitiva, toda nuestra vida está condicionada por nuestras expectativas, que podríamos definirlas como el deseo de conseguir algo o la posibilidad razonable de que algo suceda en función de factores educacionales, experiencias previas, características de personalidad y formas de relacionarnos con nuestro entorno. Las expectativas (predicciones de futuro), nos dan seguridad, como respuesta al miedo a lo desconocido.
Todas estas expectativas (deseos), en un tiempo y espacio concreto deben cumplirse, y es ahí donde la realidad entra en juego, pero ¿qué es la realidad?. La tuya, la mía, la de las noticias, ¿Cuál es la realidad?
La realidad es una construcción de quien la observa
Todo lo que vemos, sentimos y pensamos sobre esa ”realidad” aparentemente única, pasa por nuestro velo personal, empapado de valores, creencias, experiencias pasadas, características propias de nuestra personalidad y de la construcción social, cultural y económica de la sociedad en la desarrollamos nuestra vida. Por tanto, podríamos decir que no hay una única realidad, sino tantas como personas haya en el mundo.
Pero qué sucede cuando nuestras expectativas, es decir nuestros deseos, chocan con los hechos, con los resultados, con nuestra realidad. Nos sentimos bien o mal, felices o frustrados de acuerdo a la distancia que existe entre lo que acontece y lo que habíamos imaginado. Cuanto más distancia entre lo imaginado y la realidad, más sensación de frustración, queja y resentimiento.
Si continuamente tus expectativas no son alcanzadas, al generar otras nuevas podrías comenzar a escuchar tu intuición, a basarte en las experiencias previas, a asumir las consecuencias de tus decisiones, a aceptar a las circunstancias o a los otros tal y como son y a considerar la nueva experiencia como una oportunidad de aprendizaje.
Pero sobre todo es necesario cultivar día a día una actitud que dinamice esa finalidad, es decir, comenzar a crear las circunstancias que favorezcan que suceda lo que deseas, siendo tú el protagonista de tu vida, eliminando el resentimiento.
Si empezamos a vivir nuestra vida en el aquí y ahora, teniendo en cuenta todo nuestro velo de la realidad podemos aumentar nuestra Felicidad.