Los besos que nunca te di

¿Les ha pasado? Se van de la vida de una persona. Se cerró la puerta con mil candados y las llaves se extraviaron en un pantano. Y de pronto, recuerdas, ‘Los besos que nunca te di’.

Qué cosa tan loca es el amor. Recién hablaba de eso en la web de mujeraldia.com pero el amor es tantas cosas, de tantas formas, en tantos caminos y vías posibles. Pero sin duda del que más hablamos, y en todo caso, el que más anhelamos es el amor romántico.

Ese amor

Bad Bunny en una canción dice, «Pa’darte problemas mejor te doy un beso».

La cosa es que el amor siempre nos da sorpresas, muchas veces no gratas, pero es que también con el enamoramiento llegan las torpezas, si bien el amor es un ente autónomo e independiente del amor, pero —muchas veces—creemos que es lo mismo y no. Se parecen pero no son lo mismo.

Pero así va la vida. Así pasan los años. Así mi vida. Con amores de película o imposibles, pero al fin amores. Amores muy grandes, como mi corazón que en este momento explota de amor.

Los besos que nunca te di.

Todos los besos que nunca te di

Me fui. La puerta quedó cerrada y nunca, siquiera una vez, pude besarte.

¿Sabes? Aquella noche que vi tus ojos soñé con tus labios, los imaginé a centímetros de mí, casi te pude oler, con ese olor a menta fresca que sé que tiene tu boca, tus labios y tus besos.

Respiré y me acerqué mucho más, vi tus ojos, sentí tu piel y por fin frente a frente como las almas más puras que somos, allí estábamos tú y yo.

Y nuestras bocas. Tus labios. Los besos que soñé. Besos que sí te di, viven en mi mente, en mis pensamientos, en mi necedad de aferrarme a algo que ha sido único, bello, genuino y sí, muy pero muy inexplicable. Pero es bondadoso y, sobre todo, respetuoso.

Solo sueños

Esos besos de los que hablé decenas de veces con mis mejores amigas, las chinas sólo sonreían cual niñas son al ver mis ojos relucientes e inmensos por el sentimiento más puro. Sentimiento inexplicable, seguramente sí. Pero aquí está.

Y así pasé las primeras veinticuatro horas. Pensando en los besos que nunca te di.

En esa sensación, desagradable sobremanera, de no ser suficiente. Inconcebible e inexplicable.

24 horas después

—Creo—nunca te conté que casi todos los días desayuno con mi madre y Cemente en El parque de la mexicana. Porque en las mañanas los tres vamos a nadar una hora, después yo hago yoga y desayunamos allí.

Hoy fuimos. Tomé café. Comí fruta. Y caminé.

Caminé porque con mi rodilla tan jodida necesito moverme porque sino durante el día que paso tantas horas sentado me es imposible.

Pero caminé porque quería sentir el frío de las siete de la mañana, quise sentir el viento frío como golpeaba mis cachetes de ratón con cola rosada. Ya sabes, cosas de mi abuela Ignacia que siempre me ha dicho, “ratoncito de cola rosada, mi niño”.

Su niño que puede permanecer horas en sus brazos, sintiendo y escuchando los latidos de su corazón, ese corazón tan valiente de la mujer que más amo, de la más fuerte, de la que me tiene prohibido ser patán o siquiera decir una grosería delante de una mujer, “porque las mujeres son lo más sagrado, Ál”.

Ella también me puso mi nombre. Dice mi mamá que cuando nací esperaba que fuera niña, ¿te imaginas? Te enloquecerías. Broma, eh.

Cuando nací mi abuela fue la primera en verme y ella me dijo por primera vez, “mi pequeño Álvaro, mi niño Ál-Varito” Por eso los motes que me dicen.

No te vayas. Prométeme que nunca te irás, nunca te volverás a ir así. Sin todos los besos que nunca te di.

De la serie:

Y con este texto finalizo la serie. Finalizo todo.