No siempre es fácil salir del clóset pues se involucran muchas emociones como la angustia y miedo de no ser aceptados como son. Entonces muchas de esas personas deciden por años tomar una píldora heterosexual para ser normal.
Al menos así lo relata un hombre, quien prefirió mantenerse en el anonimato y que por muchos años estuvo luchando contra sí mismo por los efectos colaterales de ingerir su píldora heterosexual.
“Desde que era niño, aprendí a tomar todas las mañanas una píldora que me hiciera encajar en una identidad que no era la mía: la identidad heterosexual. Esta píldora tenía el poder de recordarme sistemáticamente los comportamientos socialmente aceptados de un hombre: “siéntate como hombre… no camines así, camina como hombre… no cantes así, canta como hombre… no llores… no juegues con muñecas… no muevas las manos así, te ves amanerado”.
El hombre cuenta que creció con el temor de ser descubierto, “Tenía miedo. Mucho miedo de ser rechazado y de no pertenecer a ningún lado. Un miedo profundo de ser descubierto, un miedo profundo a ser humillado, un miedo profundo a ser avergonzado públicamente y tenía terror de vivir la violencia que experimentaban aquellos que no tenían la fabulosa habilidad de esconderse como yo. Tiempo después aprendí que no parecer gay era una habilidad socialmente premiada”.
Incluso señala que llegó a tener una novia, situación que lo alegró mucho pues pensó que ya por fin había hecho efecto la píldora, “Todo iba bien, y mi curación transitaba por un proceso perfecto, de no ser porque conocí, del otro lado del mundo, a un hombre que me invitó a pasar la noche en su casa. Todo iba bien, de no ser porque me besó, de no ser porque sentí su barba rozar mi propia barba, sabiendo perfectamente que él no era mujer y que yo ya no tenía escapatoria.
“Él era gay y me estaba besando en la boca y, por más que yo lo negara, eso me hacía gay a mí también. Me hacía enfermo, me hacía desviado, me hacía culpable del enorme delito de ser homosexual. No dormí ni un segundo aquella noche y a la mañana siguiente salí corriendo —huyendo— no de él, sino de mi propia homosexualidad. Yo no podía ser gay”.
Ahora a sus 37 años, luego de haber pasado por mucho, ha aprendido ya a vivir sin miedo pero aún le es difícil aceptar la realidad que vive.