Llegar pronto a un concierto es como exigir sinceridad a la clase política: un ejercicio de futilidad. Tras años y años de ensayo-error tenemos más que controlada la Sala El Sol y sus aledaños. Así que tras ver que la cola para entrar es kilométrica decidimos escabullirnos entre esquinas, latas de cerveza y caladas de humo denso que toman forma de paloma y echan a volar.
Aunque nos empeñamos en estirar el tiempo terminamos llegando de sobra ya no solo para ver a Mdou Moctar sino que también podemos disfrutar del melancólico talento del telonero James Blackshaw.
El joven talento cumple más que de sobra con la función del telonero. Con un espectáculo desnudo de artificios (nada más que su figura, una silla y una guitarra) Blackshaw despliega un amplio abanico de sonidos que gravitan sobre un folk británico interpretado como si fuese uno de los clásicos poetas románticos ingleses.
Cuando arranca el concierto de Mdou Moctar la gente sigue entrando en El Sol pero los que hemos comenzado el viaje musical nocturno a bordo de las cuerdas de la guitarra del cantante británico apenas lo percibimos.
Si Blackshaw presenta un concierto sin adornos, Moctar sigue andando ese camino y tras presentar a sus dos acompañantes sobre el escenario comienza a sacar sentimientos a su guitarra eléctrica sin necesidad de púa.
Una guitarra que hipnotiza
Los primeros acordes nos ofrecen la única certeza de la noche: la música de Moctar consigue hechizar gracias a su suntuosa mezcolanza musical. Como si de un poema de Lorca se tratase, o como escuchar al Tote cantando en inglés por no ponernos excesivamente pedantes, su música consigue combinar lo mejor de los sonidos locales con el lenguaje universal de la música.
Acaba el tercer tema del concierto y Moctar ya tiene al público en el bolsillo. Es difícil explicarlo pero muy sencillo sentirlo…así que la sala se convierte en un montón de blancos bailando música africana, es decir un montón de blancos haciendo el ridículo pero pasando un grandísimo rato.
La guitarra de Moctar se mueve en una escala musical muy amplia. Según que tema, Sus cuerdas nos permiten viajar a La India y al Norte de África o retroceder en el tiempo y visitar la norteamérica psicodélica que retrataban los trastes de Hendrix o Carlos Santana.
La mezcla resulta genial y aderezada con un poco de cerveza bien fresquita se convierte en algo sublime. La pequeña parada interrumpe el viaje musical pero sin que nos de tiempo a bajarnos del barco Mdou Moctar regresa al escenario dispuesto a darlo todo.
Y vaya si lo hace. Los últimos temas hacen temblar a la Sala El Sol. Las notas de su guitarra consiguen dibujarnos una sonrisa de ojera a ojera y la complicidad entre el público y Moctar no deja de crecer hasta que la noche termina en una especie de catarsis musical colectiva.
Así termina el concierto, que no la noche. De pronto nos encontramos con el mítico sofá de la Sala El Sol y nos trae tantos recuerdos que no podemos hacer otra cosa que pedir otra cerveza y dejar escapar recuerdos entre suspiros, risas en estéreo y ojos brillantes. Y, por supuesto, nuestro corazón sigue tarareando las dulces melodías de Moctar.