¿Qué opinión os merece que el padre de la informática moderna y principal descodificador de los mensajes nazis durante la II Guerra Mundial fuera castrado químicamente y perseguido hasta su muerte por su propio país al descubrir su homosexualidad? Esto pasó hace sólo sesenta años, y desde el pasado el Gobierno Británico comienza a reconocer la importancia de esta importante personalidad -al mismo tiempor que trata de lavar su imagen al respecto-.
El movimiento creado para restaurar ‘oficialmente’ la reputación del matemático ha avanzado notablemente gracias al debate en la Cámara de los Lores impulsado por el barón John Sharkey, de signo liberal. La cámara alta del parlamento británico discutirá en segunda lectura el proyecto de ley, que concede escuetamente “el perdón legal a Alan Mathison Turing por los delitos según la sección 11 de la ley de enmienda al Código Penal de 1885, por los que fue condenado el 31 de marzo de 1952”.
Esta iniciativa ha reavivado el debate sobre la conveniencia de ‘perdonar’ a alguien por algo que no es delito hoy día -más bien quien debería pedir un perdón oficial es el Gobierno británico, responsable de la condena que obligó a Turing a elegir entre la cárcel o la libertad condicionada a recibir inyecciones de estrógeno’.
Turing, que optó por lo segundo, sufrió durante un año este tratamiento, que le ocasionó impotencia y ginecomastia -crecimiento de las glándulas mamarias-. Por si fuera poco, perdió todo tipo de privilegios asociados a su trabajo y su acceso al Cuartel General de las Comunicaciones. Por ello, en junio de 1954, Alan Turing perdió la vida en un oscuro episodio del que nunca que ha aclarado si fue suicidio o envenenamiento mortal por cianuro.