La sociedad en la que vivimos se caracteriza por un consumo desorbitado, es decir, cuanto más tenga o más pueda hacer para satisfacer el consumismo, mucho mejor. Así, el trabajo se convierte en la herramienta legítima para alcanzar ese objetivo.
A esta realidad, palpable en nuestro entorno, hay que añadir que el hecho de tener una vida laboral activa está considerado como una cualidad positiva. Sin embargo, esto puede comenzar a torcerse cuando la dedicación al trabajo se convierte en algo más intenso, en una obsesión.
Tener una vida laboral supone una acción, aparte de necesaria, gratificante para cualquier mujer u hombre. Para empezar, proporciona una fuente de ingresos que permite disfrutar con más calidad del tiempo de ocio restante. Pero, también aporta a la persona un desarrollo de la expresión creativa, un sentido de la utilidad y una potenciación de la relaciones sociales.
El ‘aparente’ incremento del tiempo de ocio
El trabajo o la forma de ejercerlo ha sufrido cambios, fundamentalmente positivos, desde hace dos siglos hasta la actualidad. Hace 200 años, un trabajador cubría unas 220.000 horas de media a lo largo de toda su vida. Hoy, apenas llega a las 70.000 horas.
La consecuencia ha sido un incremento del ocio y una concepción de éste como determinante para tener un mínimo de calidad de vida.
No obstante, paralelo a estos cambios, la sociedad ha acabado cayendo en una concepción de la vida cuyo principal cimiento es el consumo. De esta manera, cada vez más, vemos que las personas van sacrificando su tiempo libre para ser más productivos y -en teoría- ganar más dinero.
Es una tendencia absoluta a elevar el nivel material de vida que, casi sin darnos cuenta, va esquilmando la mayor parte de nuestro tiempo libre.
A esto también hay que añadir la consideración que durante muchos años se ha mantenido, y que aún hoy perdura, de plantear esta dedicación intensa al trabajo como una conducta adecuada, socialmente valorada y que refleja un sentido de la responsabilidad y un alto estatus en la persona.
Este tipo de convenciones sociales suponen una de las causas que generan una enfermedad que al evitar reconocer como tal, no le prestamos la atención que merece, se trata de la adicción al trabajo.
La fuertes presiones sociales por conseguir el éxito hacen que el trabajador o trabajadora poco a poco vaya aumentando su implicación en el terreno laboral hasta perder casi por completo el control sobre los límites de su desempeño, así como su vida familiar u ociosa.
Un ejemplo lamentablemente común
El perfil de las personas que muestran este tipo de patología -el término anglosajón los denomina workalcoholics- suele ser de profesionales liberales considerados muy perfeccionistas y con un excesivo afán de éxito.
Su edad suele rondar entre los 35 y 40 años, suelen ser de clase media-alta, no disponen apenas de tiempo libre y necesitan que los resultados de sus acciones se ejecuten de manera inmediata. Las profesiones donde más se ha detectado este tipo de perfil corresponde a hombres y mujeres de negocios, abogados, médicos y economistas principalmente.
A la hora de detectarlos, el principal problema con el que nos encontramos es que las personas que lo sufren raramente suelen reconocerlo. Sin embargo, basta con observarlos para darse cuenta. Estos son tres ejemplos de conductas relacionadas con este trastorno:
- Su casa se ha convertido en la oficina, el trabajo les satisface más que la familia, por ello en multitud de ocasiones se olvidan de sus obligaciones familiares y sociales.
- Si deciden coger vacaciones apenas descansan, el tiempo libre se convierte casi en una fobia para ellos ya que el sueño o la diversión lo consideran una pérdida de tiempo.
- Además les produce angustia pensar que no se hacen las cosas perfectas a la primera y el estrés es un estado permanente en ellos. En definitiva, el trabajo es todo su mundo y las manifestaciones externas que lo demuestran son evidentes.
Esta conducta a corto plazo implica el objetivo perseguido, es decir, trabajar más conlleva un incremento de los ingresos y por tanto, elevar el estatus socioeconómico. Sin embargo, lo que hay que tener en cuenta es que a la larga, comienzan a aparecer las consecuencias negativas. Enfermedades cardio y cerebrovasculares, trastornos psicosomáticos, digestivos y musculares son sus principales efectos.
La salida adecuada para salir de este tipo de adicción es en primer lugar reconocer este estado como una enfermedad y que, por tanto, hay que iniciar un tratamiento médico. Según los expertos, un seguimiento psicológico combinado con la actividad física y dietética correcta permite contrarrestar este apego al mundo laboral.
Es fundamental hacer entender a las personas que sufren este tipo de adicción que no se puede mermar la calidad de vida por obtener más éxito y dinero. Puesto que la felicidad o el sentirse bien consigo mismo y con los que le rodean también tiene que ver con la psicología de cada uno y no sólo con su estatus.
Es cierto que el mundo laboral es algo inherente en todos nosotros y absolutamente necesario para poder vivir, pero hay que distinguir y no hacer depender todas nuestro tiempo para un solo aspecto. Como dice la sabiduría popular, la vida es muy corta como para malgastarla, por lo que debemos aprovechar todo lo que se nos brinda en vez de encerrarnos en nuestra propia mente para trabajar, trabajar y trabajar.