El 7 de febrero de 2014 pasará a la historia como la fecha en la que el Comité Olímpico Internacional se inhibió ante las delirantes y autócratas aspiraciones del dirigente del país organizador de las Olimpiadas, haciendo claudicar implícitamente a toda la comunidad intenacional para, sencillamente, llegar y ‘poner el cazo’.
‘No debemos politizar el deporte’ han el argumento recurrente de varios representantes del COI, así como de su propio presidente, Thomas Bach, que muestra su desconocimiento de la cronología de los JJOO a lo largo de los años mientras se limpia la sangre de los colmillos con la Carta Olímpica.
Por ello, sus inocuas reprobaciones con ‘la boca pequeña’ dedicadas a las más repugnantes declaraciones contra la desprotegida y doblegada comunidad LGTB -que ha visto en los dos últimos años cómo se recrudece su persecución desde las instituciones y medios de comunicación hasta límites enfermizos– se nos antojan sospechosamente cómplices de las llamadas a la no expresión de la naturaleza LGTB a deportistas y turistas durante la cita deportiva que las autoridades rusas han articulado.
Sochi, ciudad de vacaciones (¡qué guay!)
No hemos sido los únicos que desde hace meses no contemplamos la ideoneidad de la ciudad rusa de Sochi para la celebración de unos JJOO de Invierno; y no dudamos de que existen razones circunstanciales, morales y de sentido común para hacerlo.
No obstante, y si hacemos el esfuerzo de apartar por un momento la vulneración de los Derechos Humanos de la población rusa y enfocamos en los argumentos de absoluta comprensión colectiva, destacamos:
- Sochi es una de las regiones más -moderadamente- cálidas de Rusia -sí, rubia-. Levantar la monumental infraestructura propia de la cita deportiva en ese emplazamiento con ‘la excusa olímpica’ responde realmente al propósito del enriquecimiento oligárquico de las personas cercanas al gobierno de Putin -en otras palabras, ‘alicatar’ una zona que estaba libre- para después aprovechar lo que convenga y dejar que el resto se desintegre pellizquito a pellizquito.
- El presupuesto de esta edición de los Juegos de Invierno supera la de los cinco últimos… juntos. Los más de 37 millones de euros de los fondos esparcidos encima del tapete para su organización evidencian tanto la codicia del Comité Olímpico Internacional como la habilidosa a seducción a punta de talonario de las autoridades rusas. Qué olímpico todo.
- El oscurantismo y la opacidad informativa han caracterizado todo el proceso de organización. Ni siquiera las instituciones vinculadas al gobierno de Putin han podido supervisar los preparativos de los Juegos. La corrupción y pillaje de guante blanco se han unido a la sistemática violación de la ley de edificación, y -oh sorpresa- lo extremadamente visible ha sido la impunidad con la que se ha llevado todo el proceso a cabo.
‘En Rusia nos consideramos gente normal’
Estas son las palabras de la pertiguista Yelena Isimbayeva, que pasó de indiscutible icono bollo al equivalente ruso de Urtáin con chándal y peluca.
a atleta, aupada como símbolo del poder y la supremacía de su patria, devolvió el favor amplificando las tesis homofóbicas enarboladas por su primer ministro.
Queda claro, pues, que en Rusia las personas LGTB son integrantes de la ciudadanía, pero no merecedoras de los mismos derechos y respeto.
Si echamos la vista atrás, comprobaremos cómo desde que Putin volvió al poder en 2012 gais, lesbianas, transexuales, bisexuales e intersexuales están siendo invisibilizados y perseguidos con la pútrida y desgastada excusa de proteger a la infancia.
Algunas fechas que deberíamos tener en cuenta
- 11 de junio de 2013: Se aprueba la ley contra la ‘propaganda homosexual’. Una de las legislaciones más arbitrariamente discriminatorias ratificadas en el mundo contemporáneo. Puedes ser homosexual, pero en casa. Y como a alguien le caigas de pedrada, te puede denunciar símplemente alegando que te han visto hablando con un/a menor.
- 3 de julio de 2013: Se prohíben las adopciones de niños rusos por parejas homosexuales del extranjero. Con ella se pretende proteger a los menores del ‘sufrimiento moral y el comportamiento sexual no tradicional’. Entendemos entonces que dejar a los críos crecer prácticamente a su suerte en una de las sociedades con mayores desigualdades del continente es la mayor protección institucional a la que pueden aspirar.
- 26 de agosto de 2013: Anuncio de la ley que no permite donar sangre a las personas LGTBI: Aunque al final no prosperó, fue una de las propuestas más denotadamente electoralistas del integrante del LDPR Mikhail Degtyariov durante su postulación a la alcaldía de Moscú.
- 5 de septiembre de 2013: Anuncio de la ley que separará a los menores de las familias homoparentales. Tampoco prosperó, pero para ello la periodista Elena Kostyuchenko tuvo que amenazar con hacer outing a los legisladores LGTB del gobierno. Un gesto valiente y arriesgado que en menos de seis meses comenzaría a ser penado.
- 12 de noviembre de 2013: En el espacio televisivo ‘Special Correspondent’ del canal Rossiya 1 se emite un documental de una hora de duración en la que, entre otras peregrinas elucubraciones, se afirmaba que los grupos activistas LGTB estaban colaborando con células yihadistas que pretendían invadir Rusia desde el este.
- 4 de febrero de 2014: Una adolescente de la región de Bryansk se convierte en la primera menor sancionada por vulnerar la ley contra la expresión LGTB. La joven símplemente se definió como integrante del colectivo tal a través de la Internet.
Esta escalada en la desprotección de las personas LGTB se ha traducido en numerosos actos violentos y homocidas hacia el colectivo, en un contexto en el que las organizaciones humanitarias, de derechos humanos y pro LGTB locales y extranjeras se encuentran también en el punto de mira de las autoridades policiales, con el riesgo de que sus equipos sean encarcelados y/o deportados.
Y ahora… ¿quién le pone el cascabel al gato?
Con la pasividad y falta de compromiso del Comité Olímpico Intenacional, que ya ha manifestado en alguna ocasión que los atletas que compitan en Sochi deberían evitar hacer nada por lo que puedan ser multados o apresados -algo que ha hecho suyo muy bien y rápido nuestro abanderado Javier Fernández- y el suave y delicado tirón de orejas que el secretario de la ONU ha les dedicado al más puro estilo ‘Ana y los 7’ -¡ay diablillos!- no debemos obligar a ningún deportista -propio o ajeno- vaya a Sochi a partirse la cara por amor a la comunidad LGTB.
Apoyos como los de los atletas convocados Bode Miller, Shaun White, Ashley Wagner -o de las estrellas deportivas abiertamente LGTB Martina Navratilova y Jason Collins, se agradecen, colman de calidez y refuerzan positivamente nuestra convicción. También los de los dirigentes de varios países como Francia, Alemania o EEUU -entre otros-.
Sin embargo, no vemos nada conveniente ni necesario que las personas que llevan 4 años -como mínimo- preparándose para esta cita deportiva puedan ver destrozadas sus aspiraciones profesionales -o incluso personales- por salir en defensa de nuestro colectivo.
Durante las últimas décadas hemos conseguido que -paulatinamente y con mucho esfuerzo- el tiempo nos ponga en el lugar que nos merecemos, con mucho sacrificio y tras dejarnos más de una pluma enganchada en las barreras que hemos superado. Pasará lo mismo con estas aberrantes y monstruosas Olimpiadas, así como con el tiránico régimen de Vladimir Putin.
Por eso necesitamos hacer menos alardes como grupo de presión desde nuestras -tan solidarias- cuentas en las redes sociales y comenzar a pedir a nuestros dirigentes que abran con suma urgencia las fronteras en acogida a todas las personas perseguidas por orientación sexual o identidad de género ya estén en Rusia, Pekín -o ‘Pokón’-.